José Antonio de Viera y Clavijo (Los Realejos, 1731 – Las Palmas de Gran Canaria, 1813) es, sin duda, el máximo exponente de la Ilustración canaria y una referencia esencial por su importante aportación a la historia general del conocimiento en las islas.
Nació en el Realejo de Arriba, el 28 de diciembre de 1731. Su padre, Gabriel del Álamo Viera, descendía de pobladores portugueses llegados a Tenerife en la primera mitad del siglo XVI, y su madre, Antonia María Clavijo Álvarez, estaba emparentada con los Clavijo y los Perdomo de Lanzarote. Según consta en su partida de nacimiento, fue bautizado por caso de necesidad en la casa de sus padres, donde había nacido, lo que sugiere que hubo problemas durante el parto. De hecho, sus biógrafos coinciden en que siempre fue una persona de naturaleza débil y enfermiza.
A los pocos meses su familia se traslada al Puerto de La Orotava donde transcurrió gran parte de su infancia. Estudió en el convento de los dominicos de La Orotava donde cursó la carrera eclesiástica. A los 18 años recibió las órdenes menores y tres años más tarde fue nombrado capellán de coro de la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, en el Puerto de la Cruz. Entre sermón y sermón, leía todo lo que caía en sus manos.
Viera desarrolló desde joven una intensa actividad intelectual: dominaba las lenguas clásicas, traducía literatura francesa, escribía artículos, ensayos, novelas, poesías, etc. Además era ingenioso, hablaba muy bien y exponía cualquier asunto de forma clara y amena. Esas cualidades le permitieron participar como un miembro más en la conocida tertulia de Nava, que se celebraba regularmente en la casa del Marqués de Nava y Grimón, en La Laguna. Allí se reunían las personas más cultas e ilustradas de Tenerife para hablar y discutir sobre temas de diferente índole.
En 1770, Viera y Clavijo, en La Laguna, ya tiene escrito el primer tomo, e iniciado el segundo, de su gran obra: la Historia General de Canarias.
Cuando aún no había cumplido 40 años, recibió una tentadora oferta del Marqués de Santa Cruz de Mudela para que se encargara de la educación de su hijo, el Marqués de Viso, puesto que le permitió viajar con los marqueses por las principales ciudades europeas, París, Viena, Roma, Nápoles, Venecia, Amsterdam, etc., y conocer directamente las ideas más modernas que se estaban generando en ese momento.
Los viajes fueron una experiencia importante para Viera y Clavijo, sobre todo su estancia en París. Allí conoció a personajes de la talla de Voltaire, D’Alembert, Condorcet y Franklin. Entabló estrecha relación con destacados naturalistas de la época y aseguró su presencia en los gabinetes parisinos, donde estudió y realizó sus cursos formativos.
El 25 de julio de 1782 fue nombrado por el Rey, arcediano de Fuerteventura, cargo que aceptó con gusto y le permitió regresar a Canarias junto a su familia, pues su hermano Nicolás, que vivía cuidando de su hermana María Joaquina, residía en Vegueta (Las Palmas de Gran Canaria) desde 1773.
Uno de los grandes desafíos que Viera quería cumplir era la elevación de un globo aerostático. Había conocido en París las virtudes de la aeronáutica, y sus estudios sobre los gases le permitieron el 15 de diciembre de 1783, elevar un globo en los jardines del Marqués de Santa Cruz.
Viera compite con otro canario ilustre, el portuense Agustín de Bethencourt, en ser el primer español que eleve uno de estos artefactos.
Durante los últimos 30 años de su vida se dedicó a la traducción, de hecho hablaba y escribía varios idiomas.
En esos años también se dedica a la elaboración del Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias. Se trata de una descripción de ejemplares de los tres reinos de la naturaleza: rocas y minerales, plantas y especies animales del Archipiélago Canario, endémicas o no de estas islas. Incluyó en esta obra los cultivos ordinarios. Al mismo tiempo, hace referentes alusiones a la utilización de las plantas, por lo que el Diccionario es, además, un vademécum medicinal, artesanal e industrial.
En la madrugada del 21 de febrero de 1813, Viera se fue, ante los ojos de su hermana María Joaquina, de forma serena y con las manos vacías. Tenía 82 años de edad. Murió en paz queriendo sólo que sus allegados cumplieran su última voluntad: ser enterrado en la Capilla de San José de la Catedral de Santa Ana de las Palmas de Gran Canaria y que su lápida rezara el epitafio Ecce nunc in pulvere dormian (Voy a dormir ahora en el polvo).
Coincidiendo con la fecha de su fallecimiento, desde el año 2006, se celebra el Día de las Letras Canarias.
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